Obrir portes, encendre cors
Arxiu d'Igualtat i Memòria
La socialización es el proceso, según el cual, los individuos aprenden e interiorizan los valores y normas de la cultura que les ha tocado vivir, convirtiéndose, idealmente, en personas socialmente competentes. Ese es un proceso continuo que sólo termina con la muerte de un individuo, ya que a lo largo de sus vidas las personas van desempeñando nuevos roles o papeles que tienen que aprender. Entre los agentes de socialización, entendiéndose por ellos las agencias formales e informales que colaboran en el proceso, ocupan un lugar destacado la familia, la escuela, los grupos de iguales y los medios de comunicación. Aunque es apropiado establecer una diferencia entre ser miembro de la comunidad política y ser miembro de la sociedad. Con ese propósito proponemos este proyecto, dirigido a mujeres que participan en las Universidades Populares de Valencia con las que, a través de una serie de entrevistas, dará comienzo un Archivo de la memoria y Observatorio de igualdad.
Obrir portes, encendre cors es un proyecto que en esta primera edición persigue la generación de un archivo en materia de igualdad, tomando a las mujeres como centro de la acción, con el propósito de contribuir al proceso de transformación social necesario para garantizar la libertad de las personas, la convivencia y el respeto a las diferencias que hacen de la sociedad un espacio de pluralidad y mayor riqueza cultural.
El auge del individualismo en las últimas décadas implica reconocer formas de control social muy diferentes de las que aparecían en una situación en la que predominaba la conciencia colectiva. En una sociedad de masas la suma de sujetos “activos” induce a la formación de procesos colectivos de retroacción relacionados sobre todo con opciones similares, asociando el proceso de individualismo a la banalización y a la homogeneización. La multiplicación de escenas en las que se desarrolla el continuo de lo cotidiano provoca, en correspondencia, la proliferación de bastidores en la vida social, formulando en la conciencia del individuo un esquema representacional de sí mismo compuesto por una diversidad de áreas de interacción en las que se suceden roles de carácter aislado que inevitablemente lo descontextualizan. Desde esa primacía de la conciencia individual fragmentada, la observación y relación con el entorno deja de estar sujeta a un único tipo de funciones o modos de vida derivados de la profesión u origen, dando visibilidad al valor del signo, permitiendo al individuo convertirse en sujeto de elección al no encontrarse condicionado por la conciencia de grupo, caracterizándose a voluntad. Esa salida del anonimato de lo colectivo, practicada por el sujeto mediante la construcción de su identidad, hace en realidad que se desdibujen sus perfiles al verse solapados por filtros que lo estereotipan.
La publicación en 1999 de El género en disputa, de Judith Butler supuso un antes y un después en el panorama de los estudios de género y en el desarrollo de la teoría feminista actual, evidenciando el espectro normativo heterosexual que en buena medida la ceñía hasta entonces. Partiendo de la defensa de la diversidad sexual, este trabajo, junto a Cuerpos que importan, se convirtió en uno de los pilares sobre el que se desarrolló la llamada teoría queer. Partiendo del propósito de criticar el supuesto heterosexual dominante en la teoría literaria feminista, rebatiendo aquellos puntos de vista que se restringían a las nociones generalmente aceptadas de lo masculino y lo femenino, por considerarlos excluyentes y desencadenantes de posiciones homofóbicas, creadoras nuevamente de jerarquías donde el género continuaba siendo interpretado de un modo eternamente binario.
El sexo, la sexualidad y el género no son algo natural sino fruto de una determinada construcción social afianzada en la costumbre imperativa, por lo que la clasificación de los individuos en las categorías universales de “hombre”, “mujer”, “homosexual” o “heterosexual” daría como resultado la creencia de que todas las opciones sexuales serían, por tanto, igual de “anómalas”. Las facultades intelectuales y espirituales del ser humano son, además de las condiciones biológicas, el resultado de los abundantes procesos de socialización que dan forma a la identidad del yo, del mundo y de las estructuras mentales que convierten a cada individuo en lo que es. Considerados como productos histórico-sociales, los individuos son estudiados en su rol de varón o mujer así como en la concepción que tienen de su propia identidad masculina y femenina, siendo Judith Butler la primera teórica queer en abordar la separación entre género y sexo. Desde la premisa de que la noción estable de género ya no es un punto fundamental de la teoría feminista, se ve fomentada una nueva política feminista que impugna las reificaciones mismas de género e identidad, logrando con ello considerar que la construcción variable de la identidad es un requisito metodológico y normativo, además de un fin político. Esto conduce a cuestionar a las “mujeres” como sujeto del feminismo y, por tanto, la identidad del sujeto feminista no debería ser el fundamento de la política feminista, con lo que se pondrían en cuestión las bases estancas del feminismo preexistente de corte binario. En ese sentido, Simone de Beauvoir señaló que el cuerpo de las mujeres debía ser la situación y el instrumento de la libertad de las mujeres, no una esencia definidora y limitante, si bien el cuerpo de las mujeres está marcado dentro del discurso masculinista, en éste el cuerpo masculino representa la fusión con lo universal y permanece sin marca mientras que lo femenino queda diferenciado, fuera de las normas universalizadoras de la calidad de persona, en una encarnación negada y menospreciada. Tampoco es posible restar valor a los significados del lenguaje, a la representación de poder que denota y las estrategias de desplazamiento que oculta, pues detrás de toda acción hay un hacedor o actuante consciente, en este caso, del poder que el lenguaje tiene para subordinar y excluir a las mujeres. El lenguaje no es un medio o instrumento exterior en que pueda verterse un “yo” y del cual pueda entresacarse un reflejo de ese “yo”.